jueves, enero 10

Columna para Sedice. Recuerdo para un colega escritor.

Llevaba tiempo queriendo escribir algo sobre los lazos que unen a las comunidades de Internet y, sobre todo, las sensaciones que recorren mi cuerpo cuando estrechas la mano de un amigo con la promesa de volver a verle. Desde que estoy vinculado al mundo de la literatura de género, muchas veces he sentido tristeza al decir adiós a un grupo de amigos y aficionados a la lectura. Hago repaso y pienso en todos los colegas de Madrid, los amigos que tengo en Barcelona, la gente de sur (Sevilla, Cádiz, Granada), la gente que tanto quiero en Murcia, la gente joven y emprendedora de Huesca, los asturianos, los del norte y, por su puestos, la gente más cercana, la gente de la Comunidad Valenciana. En fín, son tantos rostros y tanta la alegría que siento cuando vuelvo a reunirme con ellos que, a veces, casi no te das cuenta de que puede haber una última vez.

Hoy, algo de mí me lleva a escribir ese texto pendiente con muchos claroscuros. No, con más oscuros que claros. Lo siento, debía de ser un texto más entrañable, pero la noticia del fallecimiento de Enrique todavía me golpea. Aun así, he tratado de ser fiel a mí mismo y volcar todo lo que quería decir.

La vida del aficionado a la literatura de género se desplaza por un mapa muy determinado. A muchos nos une Internet, nos fideliza un Messenger y, al que es un poco más atrevido, acaban atrayéndole las distintas quedadas localizadas por toda la geografía española. Más allá de Rohan, de Terramar, de Endor o de Tramorea, cuando volvemos a la realidad y miramos a nuestro alrededor, encontramos un pequeño pero gran mundo. Pequeño porque así nos gusta vernos a nosotros mismos: esos entrañables locos a los que les agrada la fantasía. Grande porque aquí y allá, en donde menos te lo esperas, ya sea en la metrópolis más poblada o el pueblo más pequeño de España, puedes hallar a uno de los nuestros. Y si tu espíritu es emprendedor, no tardas demasiado en encontrarte con las distintas subrazas, y más allá de filias y fobias, te das cuenta de que en el fondo late un corazón afín al tuyo que te impulsa a conocer a la otra persona, a hablarle de tu libro, a escuchar sus gustos, a compartir experiencias, a enriquecerte con su parte de sabiduría, que es suya y sólo suya, y que nace a raíz de la lectura de esos libros que tanto nos agradan. Somos una comunidad invertebrada, pero somos una comunidad fiel. Y el hecho de conocer a alguien supone un crecimiento interior y el consecuente ensanchamiento del círculo de amistades que te rodea.

El resto, pues ya lo sabéis, a un solo clic del ratón.

By David Mateo with 3 comments

3 comentarios:

Un texto realmente conmovedor, David.
A veces, damos demasiadas cosas por hechas y olvidamos que cada hora vivida, cada instante compartido con amigos y seres queridos es irrepetible y tiene un valor incalculable. Deberíamos saborearlos y disfrutarlos, paladeándolos como lo que realmente son: el bien más preciado.

Exactamente, amigo mío. Mientras redactaba este texto pensaba en gente con la que he trabado mucha amistad y apenas puedes ver una o dos veces al cabo del año. No voy a poner nombres porque es de mal gusto y siempre se te olvida alguien. Un músico catalán, Miqui Puig, creó hace tiempo una canción que se llamaba la banda sonora de una parte de mi vida. Al fin y al cabo, todos tenemos nuestra banda sonora y la compone miles de rostros.

Una soberbia reflexión, Tobías, te aseguro que me ha calado hondo.

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