Ayer me reuní con dos autores: a la hora de comer con José Miguel Cuesta y en la sobremesa con José Miguel Vilar (por suerte, el 19 de Marzo ya queda bastante lejos y no tuve que invitar), el caso es que se habló de libros (¿cómo no?), se habló de series, de cómics, de la pérdida de identidad del cine y de tías buenas —establezcan ustedes la relación entre autor y tema como mejor crean conveniente—. El caso es que mientras comía con uno y bebía con otro, pude captar sensaciones que también incurren en mí. Voy a ser un poco más concreto. Cuando no hemos publicado ningún libro, pensamos que en cuanto rocemos el Olimpo de los Dioses (es decir, ver nuestra obra registrada en papel), habremos vencido en
El primer libro tiene una vida incierta. El autor, al verlo situado en el mercado, compitiendo con otros libros, llega a tener tal grado de angustia que no lo llega a disfrutar. No me malinterpretéis. Sí que lo disfruta, pero por su cabeza rondan preguntas que no está en su mano responder. Es decir: ¿venderá… no venderá? ¿Me pondrán bien las críticas… o me pondrán a parir? A estas dos preguntas, hay respuestas muy sencillas. Los autores de género fantástico, cuando publicamos un libro y nos supeditamos a una editorial pequeña, bregamos con tiradas que no suelen superar los mil o mil quinientos ejemplares. Es decir, una cifra tan nimia que el libro se difumina y su trayectoria es muy errática. No es difícil vender mil quinientos libros en un par de años, siempre que el editor tenga pericia y sepa colocarlos en establecimientos visibles. Respecto a la crítica… ¿¿y qué más da?? Si la crítica en este país sólo presta atención a los libros del autor o del editor amigo y del otro sesenta por cien se olvida. Prefiero mil veces que mi libro esté presente en
Mi consejo: cuando publiquéis vuestra primera obra, olvidaos de historias y disfrutad del momento. No os agobies por temas que no dependen de vosotros.
Sin embargo, una vez publicada esa opera prima, el instinto del autor se vuelve más audaz y quiere más. Y es natural. Ve como su carrera literaria ha dado sus primeros pasos y el instinto de escribir evoluciona y te empuja a seguir dándole a la tecla. En ese momento, la necesidad de publicar se vuelve más intensa y comienzas a luchar como un cíngaro para ver tu obra de nuevo en papel. Es entonces cuando comienzas a darte cuenta de que ese planteamiento inicial de una vez conseguida la primera meta ya viene todo rodado, no es así. Es en ese preciso instante cuando comprendes que la verdadera lucha por la supervivencia comienza ahí. Y no es que vayas a competir con otros autores (como dice el bueno de Javi Negrete: un lector no compra un solo libro al mes), pero sí que vas a competir con el mercado y sus reglas, vas a tener que consolidarte en un erial literario y vas a tener que crecer en una cenagal escaso de nutrientes. A partir de ahí, vale todo con tal de no quedar anquilosado en las laderas literarias por las que nos desplazamos los escritores. Perder la fe, bajar los brazos o rendirse puede provocar el desastre. La literatura tiene algo de competición, de competición sana. Es como tirarte un día entero jugando al padel, llegar a casa y sentir todos los músculos reventados. Duele, es verdad, pero has hecho ejercicio y tu cuerpo te lo agradece. La literatura en sí misma tiene algo de reconfortante, que por mucho que sufras durante la creación del libro, por muchos varapalos que recibas, deja un poso de confort en tu cuerpo que te hacer sentir bien contigo mismo.
No obstante, y volviendo otra vez al tema central del post, hay una pregunta que nos corroe a muchos escritores que llevamos nuestros cuatro o cinco libros publicados. ¿Qué pasará de aquí a diez, quince o veinte años? ¿Qué pasará si no pegamos el salto y se nos acaban las fuerzas y el brío del escritor novel? ¿Seguiremos publicando por inercia o dejaremos que el desconsuelo nos arrastre como meros títeres sin alma? No me atrevo a responder esa pregunta. Tampoco suelo hacérmela muy a menudo. Hay que vivir del hoy para disfrutar el mañana. Nunca hay que olvidar que nuestra pasión es escribir; publicar viene después, ya sea en la editorial más grande del mundo o en la más pequeña. Si olvidamos cuál es la piedra angular de todo este juego, siempre será más fácil ser presa de la amargura y del desconcierto.