viernes, febrero 6

Hace mucho, mucho, mucho tiempo…

Si algo caracteriza al animal de fútbol es que tiene memoria infinita. Como decía ayer en uno de los comentarios, he esperado redactar esta entrada desde hace trece años, concretamente desde 1996. En esa fecha, muchos de los valencianistas comprendimos que no vale la pena ponerse la camiseta de un jugador. Que los murciélagos del escudo no existen. Que los jugadores vienen y van, la mayoría de las veces husmeando el dinero. Y para servidor, por supuesto, tiene mucho más valor el autógrafo del escritor más mediocre que la firma del mejor futbolista del mundo.
Mijatovic nos enseñó a muchos valencianistas que no vale la pena encariñarse de los jugadores.
No obstante, hoy no vamos a hablar de jugadores, si no de la prensa madridistas, es decir, todas esas emisoras de radio y periódicos de la capital, que alzan el pendón de la imparcialidad pero que desprenden un tufillo viquingo que echa de espaldas.
Si nos remontamos a la primavera de 1996, nos encontramos ante uno de los mejores jugadores de la Liga española, capaz de hacer fantasía con el balón. Por supuesto, nos referimos a Pedrag Mijatovic. Sus piruetas en el área y su capacidad de marcar goles siendo extremo maravilló a toda una generación de valencianos.
Todos queríamos a Mijatovic. Todos amábamos a Mijatovic.
Pero Mijatovic no amaba al Valencia. Mijatovic lo único que amaba era su cuenta corriente, como buen profesional. Pero uno puede ser un profesional del fútbol y buena persona. Este señor tiene poco de buena persona.
Mientras en la asamblea de peñas del Valencia CF prometía que seguiría en el Valencia hasta el final de su carrera, un coche lo esperaba en la puerta de la asociación para llevarlo a un hotel donde aguardaba la comitiva de Lorenzo Sanz, en aquellos tiempos Máximo Emperador del Santiago Emperador. Mijatovic vomitaba mentiras ante aquellos que lo idolatraban, pero su mente ya estaba muy lejos de nuestra ciudad. Le mostraba su corazón valencianista a nuestros niños, pero su corazón latía al ritmo de los fajos de millones que Lorenzo Sanz ponía sobre la mesa.
El fichaje de Mijatovic por el Madrid fue un bombazo en la línea de flotación de muchos valencianistas. La vena romántica que tiene el fútbol se extinguió de golpe. Sentimos rabia e impotencia. Muchos lloraron. Se nos iba un emblema. Se nos iba el murciélago y todo parecía indicar que el Valencia acabaría justo en ese momento.
Éramos inocentes.
El Valencia, con la marcha de Mijatovic y de muchos otros, siguió adelante. Es más, vivió una época de grandeza y aspiraciones que le llevó dos años consecutivos a la final de la Champion y a ganarle la liga al Barcelona y al Madrid. Eso nos hizo comprender a muchos que los jugadores son mercancías que vienen y van, y lo único que hay que lograr es que cuando se vayan, nos paguen un buen precio por ella.
Pero… ¿qué hizo la prensa nacional cuando se fue el mentiroso? Cerrar filas alrededor del nuevo ídolo del Bernabeu. Decirnos a los valencianistas que éramos unos mataos. Que la profesionalidad de un jugador está por encima de cualquier sentimiento. Que Mijatovic era una gran persona y un mejor profesional. Que el Madrid había pagado su cláusula y se lo había llevado honradamente y que, si todo estaba claro contractualmente, ningún valencianista tenía derecho moral a quejarse.
Muy bien.
Señores de Marca, señores de la COPE, señores de la ínclita prensa nacional/madridista: ahí tienen a su zagal. Ahora háganse cargo de él. Por supuesto, sigue siendo Mijatovic, tal como lo conocimos en Valencia, todo corazón y alma de mercenario. Ustedes, señores periodistas deportivos, que se llenaron la boca de profesionalidad y de respetar contratos y cláusulas en 1996, no pueden ahora alzar la voz pidiendo que Mijatovic dimita de su cargo de Director Técnico y renuncie al dinero que le corresponde por contrato. Mijatovic es un profesional del fútbol (eso lo dijeron ustedes) y a los profesionales hay que respetarles las cláusulas (eso también lo dijeron ustedes).
Ahora apechuguen. Apechuguen con el angelito que se llevaron y que convirtieron en símbolo del madridismo.
Mi único deseo es que Mijatovic no dimita. ¿Por qué tiene que dimitir? Es un trabajador, un profesional. Que le paguen… que le paguen hasta el último céntimo de su contrato. Y la próxima vez, que la prensa madridista se lo piense dos veces a la hora de chafar los sentimientos de una afición para alabar las virtudes de un elemento semejante.
Ya lo dice el refrán, que es sabio y tiene mucha memoria: quien a hierro mata, a hierro muere. Ahora quédense ustedes con el angelito, que en Valencia no nos apetece volver a verlo.

By David Mateo with 4 comments

4 comentarios:

El rostro es un espejo del alma.

De acuerdo al 100%, no se puede decir mejor ni más clarito. Y sí, menuda foto, se lee de forma diáfana en su cara.

No se dónde encuentras estas fotos David ¡Menuda cara de malo tiene el amigo Judas!

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