martes, abril 24

De Lucías Etxebarrias y otras tinieblas

¡Que llega el lobo! ¡Que llega el lobo! Y parece que esta vez no es una falsa alarma y el lobo está a punto de pegar una dentellada, dejarnos con las piernas temblando y, permítanme el añadido, el negocio hecho ciscos. ¿Pero desde cuándo estamos gritando que llega el lobo? Un servidor desde hace tres o cuatro años. Lucía Etxebarría ha dejado muy claro que deja de escribir por culpa de la piratería, que pierde mucho dinero a causa de las descargas ilegales. Y gran parte de los medios de comunicación y de las editoriales se han puesto de su lado. Me parece muy bien. Toda postura legal debe ser respetada y así lo vamos a hacer desde esta columna. Pero tengamos muy en cuenta que otros mercados ya han sufrido el menoscabo de la piratería y no por ello han decidido ponerse de brazos cruzados. Vamos, que Noriega sigue haciendo películas y Manolo García grabando maravillosos discos.
La industria audiovisual lleva sufriendo los embates de la piratería desde hace años. Es más, el entorno se ha adaptado para que podamos disfrutar de reproductores divx en los salones de nuestra casa o poder escuchar confortablemente mp3 en nuestros coches. Y ni hablemos del negocio de la industria del videojuego, que hoy por hoy es de los más florecientes en nuestro país, a pesar de que la mayoría de los videojuegos están disponibles en las webs de descarga. Lo más llamativo es que, en estos tiempos de crisis, las entradas al cine cada vez son más caras —en Valencia, sin ir más lejos, ver un 3D vale ya más de 11 euros—, las películas de estreno en cualquier formato son prohibitivas y, lo más llamativo de todo, la tecnología avanza, abarata el producto, sin embargo, al espectador sigue costándonos un ojo de la cara.
La industria del libro es peculiar. Está montada para que los grandes grupos editoriales, que son los que mueven el dinero y sacan tajada del pastel, meneen el cotarro a su gusto y capricho. Son sus autores los que prevalecen, sus novelas las que copan las estanterías y sus producciones las que quedan para la posteridad. La industria actual machaca, pulveriza y pisotea las editoriales minoritarias y trata de llevar a un segundo plano a los escritores que, por no contar con 10.000 lectores en la mochila, no pueden llegar al gran circuito comercial. Ahora, ante el desarrollo de los libros electrónicos y el abaratamiento de los soportes físicos —las famosas tablets— la industria se lleva las manos a la cabeza y pone el grito en el cielo: ¡¡la piratería nos va a restar beneficios!! Lo primero de todo: ¿es cierto que la piratería le está quitando ventas a Lucía Etxebarría? Un servidor, pese a la repentina urgencia que le ha entrado a todo el mundo, sigue pensando que el mercado todavía está demasiado verde y aun faltan un par de añitos para que la piratería se convierta en una verdadera amenaza… si es que realmente llega a serlo. Lo único cierto es que vivimos un terrible período de recesión, que en España los niveles de lectura están por los suelos, y la gente antes deja de comprar un libro que de alimentar a sus hijos. Tal vez ahí encontremos una de las claves para la merma en el sector.
Todo escritor está llamado a hacer autocrítica. Es decir, tenemos que valorar nuestros escritos y entender cuando éstos ya no poseen el mismo nivel argumental que nuestras obras precedentes. ¿Hacen este examen autocrítico todos los escritores consagrados o, simplemente, se dejan llevar por la inercia que empuja a los profesionales a escribir una novela detrás de otra y seguir embolsándose un sueldo, por otro lado, justo y merecido? Créanme que un servidor es de los que piensa que el artista debe comer de su trabajo, pues realizar un trabajo digno lleva muchas horas de esfuerzo y de dedicación. No creo en la cultura libre, ni en la cultura gratuita. Creo en el valor del arte y en la recompensa económica por el trabajo realizado.
Sin embargo, también creo en el valor justo del producto y me escandaliza entrar en algunas webs y comprobar que el precio del libro electrónico iguala al del libro de bolsillo y, en algunos casos, equivale al del libro en formato rústico. ¿Así es como van a combatir a la piratería, señores editores? ¿Haciéndole pagar al lector un precio exorbitado por algo que ni se aproxima a ese valor? ¿O es que temen que la proliferación del libro electrónico acabe con el modelo de mercado actual? Si tal es el caso, no se preocupen. Los grandes grupos mueven el capital y, al final, poderoso es Don Dinero y éste es el que impone las normas, ya sea a través de las distribuidoras o de los canales de venta. Lo que no pueden hacer es tomar a la gente por tonta y vender un producto por encima de su coste real. En los tiempos que corren, en los que los españolitos apenas pueden pagar una hipoteca de 300 euros, fijar el precio de un libro en 20 euros es una tomadura de pelo. Y si hablamos de libros electrónicos, resulta aún más prohibitivo situar su coste en los 10 o 12 euros, como puede verse por ahí. ¿Saben lo que están consiguiendo con eso? Convertir el libro en un objeto de lujo en un país donde apenas se lee. Normal que la gente piratee.
Hay una segunda pregunta que me gustaría plantear hoy: ¿una novela descargada de manera ilegal se puede cuantificar como una venta perdida? Mucho me temo que no, pues sería mucho suponer. Lo que sí que creo, y ya hablo desde el prisma de escritor, es que una novela descargada de manera gratuita puede convertirse en un incentivo para que un lector fiel la recomiende en su círculo de amistades y provoque curiosidad entre unos y otros. Yo mismo he entregado mis novelas en formato electrónico y eso ha provocado más ventas por el boca a boca. En ese caso, ¿la piratería suma o resta? Yo no osaría asegurar una cosa u otra, entonces ¿por qué otros sí lo hacen?

By David Mateo with No comments

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